THE MOVIE

Todos somos protagonistas en nuestra vida, el resto de personas son los papeles secundarios de la superproducción.

Vivimos en una película de aventuras donde a veces conseguimos el tesoro, a veces salvamos a la chica, aunque normalmente siempre es ella la que nos salva a nosotros, a veces cabalgamos por llanuras inmensas con música del oeste y también a veces nos envuelve el drama, pero siempre nos sentimos esa estrella de la obra observada por un público de mil ojos, impertérrito al otro lado de la pantalla.

Incluso cuando estamos solos actuamos como si esa platea juzgara cada detalle de nuestra interpretación, cada movimiento, cada gesto, cada pensamiento.

Hemos imaginado ser esos niños que en el colegio descubrían misterios inconcebibles mientras forjaban lazos de amistad inquebrantable.

Ser adolescentes descubriendo el amor al son del mejor musical de Broadway, y sintiendo que esos mil fanales observadores se estremecían cada vez que nuestras vírgenes bocas descubrían los placeres de los besos.

Ser el novio en el amor, el padre en la amistad, la victima en el fracaso y el verdugo en el olvido y siempre con esos mil óculos escrutadores, quien sabe si colocándonos en el lugar que no pensábamos ocupar o merecer.

Nos hemos juzgado duramente en faltas y conflictos para acabar dictando siempre una sentencia exculpatoria que nos eximía de la pena.

Hemos sido Nerón tocando la lira mientras todo ardía a nuestro alrededor inconscientes de nuestra propia piromanía.

Nos hemos preguntado si sabremos morir creíble y convincentemente y a la altura de esta mega producción.

Y reescribiendo constantemente nuestro guion, una y otra vez, llenándolo de tachones, anotaciones y rectificaciones desde el principio de la obra, esperamos el aplauso del subconsciente público observante y tememos la indiferencia de la crítica lanzando una duda a esas mil cuentas inquisidoras.

¿Habremos sido dignos actores?

The End

Daniel Toulouse